Fernando Sepulveda
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Aún recuerdo claro aquella tarde. Eras tan joven. Disfrutaba mucho de tu buen sentido del humor y galanterías. Jugabas fútbol los fines de semana, al terminar el juego, salías para la finca y de lunes a viernes trabajabas con Ramiro Sepúlveda tu tío en la finca Alto Bonito en Alcalá.
Eras un conquistador, todas las muchachas querían salir contigo y eras demasiado inquieto. Bien recuerdo que ya éramos novios cuando te vi con Nilsa Duque, me retorcí de los celos cuando desde la ventana te ví girar en la curva saliendo para Pereira con ella en la moto. A los ocho días te apareciste con un regalo para mi y como si nada hubiera pasado, todo siguió normal entre nosotros. Cuando salíamos, me subía en esa moto contigo y parecíamos locos, a esa velocidad tan bestial, tan atrevido eras que te ibas por la vía de emergencia para adelantar los demás vehículos, y no entiendo cómo no sentíamos miedo, era feliz con mi cabello al viento, no pensábamos en el futuro, vivíamos el presente, te amaba sinceramente, dejé tantas cosas por tí y lástima que todo ese amor lo mataste lentamente con tus escenas de agresividad y celos. Tuvimos una bella época, gozamos las locuras de la juventud, todo ese descubriento del amor, lo hicimos juntos.
Cada fin de semana íbamos a bailar. A veces visitábamos a tus primos en Pereira o Bogotá, te encantaban jugar con los sobrinos, eras feliz con los niños alrededor. Bien recuerdo, eras el consentido de tu abuela Eva, ahora me pregunto, si ella hubiese sabido que tu suerte no estaba acá en Estados Unidos, quizá te hubiera enviado el pasaje para regresar a Colombia. Quizá si nunca hubiéramos salido de Colombia, estaríamos juntos y felices. Nada ni nadie nos podrá quitar aquellos momentos felices que vivimos, nos queriamos mucho y guardo de ti lo mejor.
Primero viajé y luego tu, te dí otra oportunidad para edficar un hogar juntos, pensé que esta vez sería distinto y que todo iba a estar mejor, los dos trabajando y con nuestra hija, pero volviste a agredirme y no una vez, se repitió y me entró mucho miedo de vivir contigo; he de decir que tuve culpa también, no puedo descargar todo en tu contra, mi temperamento no era dócil. al llegar a New York, nos afectó el proceso de adaptación que tenemos los inmigrantes, no nos alcanzaba el dinero, no conociámos la ciudad, perdidad buscando direcciones, nueva cultura, diferente idioma, fue muy difícil. Había mucho estrés por la responsabilidad de tener un hijo, estar indocumentados para buscar ayuda y el miedo normal de hablar por temor a ser deportados, no aguantamos y te dejé. Al año de separarnos quise decirte que volviéramos y sentí temor de que ya tuvieras a alguien y mejor dejé todo así. Pero aquí tuviste la oportunidad de haber hecho muchas cosas y no aprovechaste, ¿por qué no luchaste por tu hija? Era la esperanza que tenías y también la dejaste escapar. Ignoro lo que te llevó a tu final tan prematuro y eso es muy injusto, porque no imaginas cómo sería de feliz Jenniffer, a pesar de los recuerdos tan remotos, pues era una niña de cuatro cuando dejó de verte, es como entre sueños que ella te recuerda. Aquella hija hermosa es ahora es madre de tres hermosos niños, serías el abuelo más feliz, como lo soy ahora. Nunca te hubiera desamparado, si hubiera estado aqui, por el hecho de ser el padre de mi hija y un ser humano, hubieras tenido mi mano par ayudarte en lo que fuera, pudiste llamar a tu familia y pedir el pasaje de regreso, ir a la embajada colombiana, pero, ya pasó...Acabó tu dolor, cualquiera que fuera, tus preocupaciones y tus sueños. ¿Por qué terminaste solo? Debiste haber llamado a tiempo, estar más en contacto con la familia, mira ahora que es nada lo que podemos hacer, quizá ponerte una hermosa lápida y guardar el certificado de defunción en un álbum especial. Esto es triste, pero es el final, ese viaje que todos emprenderemos. Todos te extrañamos y te lloramos cuando supimos por medio de esa llamada de un tal Octavio Hernández de Queens, ahora eres un recuerdo y trato de dejar solo los buenos y olvidar los malos ratos que tuvimos por culpa de situaciones que no pudimos controlarar.
Todo esta perdonado porque se lo dificil que fue tu niñez. Me doy cuenta que teníamos en común ese despego, la falta de comunicación y eso fue lo peor. A veces me siento tan sola y alejada de la familia y pienso que quizá termine muriendo sola sin nadie a mi lado, aunque tengo un compañero excelente pero si él se va primero, es lo más seguro que moriré sola. He hecho lo que me dijiste la última vez que nos vimos, conseguir a alguien que me quisiera y estuviera pendiente de mi. Me siento afortunada finalmente, tengo un empleo fijo y me gusta, aún tengo sueños, aunque pienso mucho en mi final. Parece que no volviste a tener una compañera, te quedaste solo o si hubo alguien más en tu vida, te dió la espalda, no lo sé.
Debo decirte que esta hija nuestra es desapegada, y poco comunicativa, y nada tranquila, así como tu. En el momento que formó su familia y es feliz, ya cumplí mi misión, estoy lista para irme de este mundo donde nadie me extrañará, sin embargo me contradigo porque cuido mi vida pero no le temo a la muerte.
He aprendido que debemos estar preparados para la muerte en cualquier momento, bien me doy cuenta que tu no lo estabas. Primero debemos cuidarnos y comer con responsabilidad para no caer enfermos o por lo menos prevenir complicaciones, después tener un seguro de vida y que nuestros gastos funerarios estén ya listos para cuando llegue el día, no sea que nos tengan que llevar como huéspedes al suelo donde ahora habitas y por último mantener la buena comunicación con la familia que son los que en algún momento nos pueden tender la mano en tiempos difíciles, bueno, cuando son unidos y no es el caso nuestro. Hoy escribo sobre alguien que ya no está, mañana alguien escribirá sobre mi recuerdo. Ahora descansas, duermes el sueño eterno.
Perdoné tus faltas, porque simplemente estabas equivocado.